El año toca a su fin y es el momento de
los buenos deseos y de hacer balance delo bueno y malo, como decía Mecano. A partir de ese balance, surge la pregunta
de la semana: ¿cuáles son tus propósitos para 2015?
Ya os la han hecho, ¿verdad? ¿Y qué habéis contestado?
Este año, al verme en el compromiso de responder, me di cuenta de que yo para el año que entra no tenía propósitos. Esta vez tengo proyectos. Muy concretos, y además, la certeza de que van a salir bien.
Entonces te das cuenta de que los propósitos
son etéreos. Si no se verbalizan o se escriben en ningún sitio pueden ser como
gritar en el vacío o como lágrimas en la lluvia. No comprometen, más allá de
hacer las paces contigo mismo por haber sido capaz de llevarlos acabo.
Así que este año propongo cambiar
propósitos por proyectos.
Tener un proyecto implica determinación. Definir
unos objetivos y marcar un plazo para conseguirlos, un horizonte temporal.
Implica un compromiso y un esfuerzo. Conlleva diseñar un plan y dar los pasos
para cumplirlo. Según uno va dando pasos, hay que vigilar por si nos alejamos
de los objetivos marcados para corregir desviaciones a tiempo.
Y al llegar al final, evaluar los
resultados. Honestamente, sin miedo. ¿Hemos cumplido los objetivos que nos
marcamos? ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho bien o qué podíamos haber hecho mejor? Si
nuestros proyectos han tenido éxito nos sentiremos fuertes para acometer los
siguientes. Va mucho más allá de la mera satisfacción, tener proyectos y llevarlos
a cabo nos hace crecer.
Vamos a ver si suena igual:
Mi propósito para 2015 es ser feliz
vs.
Mi
proyecto para 2015 es ser feliz
¿No resulta mucho más tangible formulado
de la segunda manera? Incluso con un concepto abstracto, como es la felicidad, tener un proyecto lo hace más realizable.
Animo a quien lea este post a concretar
sus buenos propósitos y convertirlos en proyectos.
Ya me contaréis…
¡Feliz 2015!
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