lunes, 8 de octubre de 2012

Ángeles y demonios



Hace años leí La hija del caníbal, de Rosa Montero. Uno de esos libros que sabes que te han gustado porque mucho tiempo después sigues recordando pasajes. El argumento no me pareció gran cosa. Lo que lo convierte en un libro memorable son todas las píldoras de reflexión sobre la vida que van salpicando la narración.

En él se plantea una teoría sobre la naturaleza humana con la que estoy completamente de acuerdo. A ver si soy capaz de explicarla a mi manera.

Tomemos la humanidad como una enorme campana de Gauss. En un extremo (no voy a decir a la derecha o a la izquierda, no vaya a ser que alguien lo malinterprete), gente mala. El lado oscuro, la zona negra. Ya escribí aquí que siempre intento rascar en los motivos de “los malos”, en qué les ha dibujado así. Pero es cierto que existe la maldad, y que existen las personas que disfrutan haciendo daño a los demás. En el extremo contrario, el blanco, las personas incondicionalmente buenas. Aquellos que son bondadosos, honrados, leales. Sea cuales sean las circunstancias que les rodean. Esos que corren el riesgo de ser considerados “tontos” cuando los únicos tontos son aquellos que no entienden que la bondad es una bellísima virtud. Yo los llamo ángeles, o luces blancas. Porque iluminan a quien tiene la capacidad de descubrirlas. Y cuando te ves reflejado en ellas te devuelven una imagen más limpia, mejor. Que te hace querer sonreírle al espejo y tener mejor aspecto, especialmente por dentro. Porque son espejos especiales, que no se quedan en reflejar la superficie.

En los extremos está la minoría, una pequeñísima parte del total. El resto se ubica (nos ubicamos, me incluyo) en el medio. La zona gris. Unos más cerca de los buenos, en el gris claro. Otros más cerca de los malos, el gris feo, muy oscuro. Pero siendo al fin y al cabo seres absolutamente normales que hacen las cosas mejor o peor en función de las circunstancias o las oportunidades que se les presentan. Para quien no la haya visto, Crash (Paul Haggis, 2004) lo ilustra perfectamente. Historias cruzadas en las que se presentan personajes fácilmente etiquetables como “buenos” o “malos” a los que el desarrollo de los acontecimientos les lleva a la zona de la campana que a priori no les corresponde. Personas aparentemente malas que terminan haciendo buenas acciones o, para compensar el equilibrio universal, buenas personas que pueden llegar a hacer cosas terribles. Hechos.

A veces, elementos externos (tormentas, terremotos) resquebrajan el suelo de nuestra zona natural de la campana y te ves arrastrado hacia otra sin posibilidad de agarrarte a un seguro. La vida es tremendamente caprichosa. Y no voy a decir difícil porque el otro día me pusieron en mi sitio: la vida de un niño en Somalia es difícil. El caso es que esos caprichos desencadenan tsunamis, hacen que volcanes entren violentamente en erupción y los que en condiciones normales están en el lado de los buenos, o muy cerca, se encuentren a sí mismos demasiado lejos, perdidos en un terreno que no dominan. Haciendo aquello que en otros era censurable. Llámese mentira, traición, daño, manipulación, o cosas incluso peores.

Afortunadamente, el suelo antes o después deja de temblar, y antes de que la naturaleza se rebele de nuevo es importante ponerse en marcha lo antes posible y hacer todo lo necesario para volver al lugar que te corresponde. Sobre todo si ese lugar es el gris claro.

Atreyu y Artax en el Pantano de la Tristeza (La historia interminable)

Es determinante la manera de afrontar ese camino. Sin convicción, será fácil hundirse en el Pantano de la Tristeza. Si vamos cargados de miedo, cualquier elemento será una amenaza y es muy posible que el camino se quede a medias. Y si los pasos los dirige la culpa, todo el recorrido se convertirá en una condena.



Pero todo eso, aún siendo importante, viene después. La cuestión es darse cuenta de que hay que empezar a andar, primero. Antes de que la sustancia negra pase de fuera a dentro. Y, segundo, hay que discernir cuál es la dirección en que hay que dar el paso para no avanzar hacia un gris cada vez más oscuro.