viernes, 19 de febrero de 2016

El valor de un selfie

Hace poco cumplí el deseo de conocer una capital europea maravillosa: Roma. 

Una ciudad que rezuma historia, arte… Cada rincón esconde un tesoro, detrás de una sencilla de madera y una discreta fachada que pasarían desapercibidas para un viandante con prisa pueden esconderse obras de arte de valor incalculable.

Ante tal despliegue cultural pueden darse distintos tipos de reacciones. En casos de extrema sensibilidad al arte puede sufrirse el síndrome de Stendahl, que supone quedarse embriagado ante tanta y tan abrumadora belleza. También puede pasar lo contrario. Es fácil perderse, o incluso hastiarse, si uno se da un atracón sin descanso (es lo que tienen las escapadas fugaces de fin de semana), y perder la perspectiva del valor de lo que uno tiene delante.


O puede no pasar ni una cosa ni la otra si el foco no está donde debe.

Me llamó muchísimo mi atención que el objeto más frecuente ofrecido por los vendedores ambulantes era el palo para selfies. Pero pronto me di cuenta de que se trataba simplemente de la ley de la oferta y la demanda. Entonces me percaté de algo más. La gente se ponía de espaldas a los monumentos. Apenas paraban unos segundos a verlos, lo urgente era el selfie y subirlo a las redes sociales en el mismo momento. Y al siguiente. Me imagino que con la intención de conseguir muchos “me gusta”. Eso es lo importante hoy, ¿no? Mostrar, contar en tiempo real… Pero hay momentos en los que lo que hay que hacer es observar y sentir.

Llevo rumiando este post desde el viaje y por fin lo escribo a raíz de esta desoladora noticia:


Un bebé delfín, nos aclara la entradilla.

Y yo me pregunto… ¿Cuántos “me gusta” conseguirían aquellos que consiguieron el codiciado selfie? ¿Serán suficientes para acallar sus conciencias? O lo mismo están ya compartiendo el enlace de la noticia para mostrarle a sus amigos que estaban allí, que salen en la foto. 

Esta no es la sociedad del selfie. Es una sociedad selfish. Narcisita y exhibicionista. Muy pocos se mantienen (nos mantenemos, el que esté fuera de pecado que tire la primera piedra) al margen. Pienso en aquel capítulo de Black Mirror, esa serie que nos lleva al extremo de lo que la naturaleza del ser humano es capaz de llegar a hacer en un mundo invadido de tecnología. En "Toda tu historia completa" una chica es interrogada con curiosidad por sus conocidos porque ha decidido vivir sin “grano” (que sería el equivalente en nuestra vida real actual a vivir sin redes sociales). Los demás, simplemente, no lo conciben.

Lo de Roma me dejó pensativa, pero esta noticia... Genera una enorme indignación en un primer momento y una tristeza inmensa después. Por el bebé de delfín, por supuesto, pero sobre todo por una sociedad en la que contar la vida cosas en redes sociales está por encima de muchas cosas, incluido el respeto a la Vida. Este delfín era Belleza. Con B mayúscula, como dice Catherine L'Ecuyer. Mucho más que cualquier monumento romano. Y no debía compartirse, ni asesinarse, a cambio de unos cuantos likes.