martes, 11 de agosto de 2015

Perseidas

Trazos de un lápiz blanco
Gruesos, tan firmes como efímeros
Que rasgan la noche, 
roban la respiración
y transportan deseos

#Perseidas
#microcuento


Mirar estrellas
Perderse en pensamientos
para encontrarse

#Perseidas
#haiku

viernes, 31 de julio de 2015

Luna Azul (2015)

"Tal vez las estrellas sepan cuándo no estamos formulando los deseos adecuados". 

Esta hipótesis forma parte de lo que escribí hace tres años en el post Luna Azul (en realidad no), con motivo la última que se produjo antes de la de esta noche.


Efectivamente, aquel deseo no se pudo cumplir, pero no se puede renegar de las estrellas. Lo que sucede, conviene, como dice una amiga. 

Creo que la sabiduría es, en parte saber, diferenciar entre lo que deseamos y lo que nos conviene. Viendo todo lo sucedido entre estas dos Lunas Azules, la conclusión es que debí de pedir el deseo a una estrella sabia. 

Nunca se puede saber dónde te hubieran llevado los pasos de un camino que no tomas, pero sí sé que el camino que tomé como alternativa a ese deseo frustrado, más largo y más exigente, era el camino adecuado. El que me estaba esperando. El que tenía que construir paso a paso.

Este año he vuelto a salir a ver la Luna Azul. 

No era tal, pero eso ya lo sabía. Pálida, como cada día. Brillante, imponente. En esta ocasión no he visto ninguna estrella fugaz, así que no he podido pedir ningún deseo. Pero hacía un frío bendito después de estos días de infierno de asfalto en Madrid, la Luna himnotizaba y he disfrutado, simplemente, del momento. 


Olor a lluvia,
Luna Azul. Noche
embriagadora.


(haiku)


Habrá una nueva Luna Azul el 18 de enero de 2018. 


jueves, 25 de junio de 2015

Lo que encontré más allá del arco iris.

Hace tres años escribí el primer post de este blog. De estreno hablaba de aquel lugar donde los sueños se hacían realidad. Trataba sobre ilusión, sobre nuevos proyectos, acerca de darle la vuelta a tu vida como un calcetín. Y lo hacía de una forma (vista ahora, desde el final del viaje) ingenua. Igual que Dorita en la maravillosa película de 1939 dirigida por Víctor Fleming a la que hacía referencia en aquella entrada.

Igual que ella, tal vez buscaba un Mago de Oz más leyenda que real que me llevara de vuelta a casa. E igual que ella, en lugar de conseguirlo, encontré lo que necesitaba, por mí misma, a lo largo del camino de baldosas amarillas. Porque en la Ciudad Esmeralda, aparte de mucha fantasía y efectos especiales, había poca sustancia.

He leído que el libro de Lyman Frank Baum “The Wonderful Wizard of Oz” es en realidad una alegoría de lucha política y económica en EE.UU. 

A lo largo de estos tres años no he podido encontrar más similitudes con la historia de alguien que busca empezar de nuevo después de que un tornado arrasara su vida y la dejase noqueada (suerte que recuperó el sentido) y consecuentemente aturdida y dolorida.

Al llegar a Oz, Dorita descubre un mundo nuevo y diferente, en color. A pesar de estar aterrada, de repente, se ha convertido en una heroína por haber matado a una bruja que hacía mal a mucha gente (plantar cara a una mala situación a veces no es una opción, es una necesidad). Y comienza un increíble viaje armada únicamente con unos preciosos “chapines de rubíes”. En este caso, es la Bruja Buena del Norte, Glinda, quien se los da. Creo que unas buenas suelas para empezar el camino te las dan la formación que lleves a la espalda y el apoyo de quien cree en ti.

Primer encuentro: el Espantapájaros. El cerebro.

Dorita está sola. Sí, el pequeño Totó la acompaña y le da el cariño que necesita, pero no le puede ayudar a tomar decisiones y es ella quien debe cuidarle a él además de cuidarse a sí misma. No creo que fuese casualidad que fuese la inteligencia la primera en cruzarse en el camino para ayudar a Dorita. Pertenecía al grupo de personas intuitivas, viscerales y románticas que creen que la voluntad y el amor lo pueden todo… hasta que tuve que rendirme a la evidencia de que no es así. En ese momento lo más sensato es escuchar a esa vocecita que sale de tu cabeza y dice… “ya me encargo yo, que para eso estoy.” 




Segundo encuentro: el Hombre de hojalata. El corazón.

Rígido, duro e inmóvil por culpa de la tormenta, el abandono y la falta de cuidado. Quieto y en silencio, como un objeto, incapaz de sentir. Sin esperanza alguna de que alguien llegara para ayudarlo a moverse otra vez. Pero alguien llega. Y cuando sucede… El pobre Hombre de hojalata apenas es capaz de articular los labios para pedir lo que necesita para quitar el óxido que lo mantiene duro e inflexible. «Aceitera», dice… Pero es posible que lo que escucharan fuera cariño y paciencia. Esa escena de los primeros pasos torpes y abocados a la caída pueden parecer graciosos en la película. Yo tenía muchísimo miedo de que en esa caída el daño fuera fatal y el Hombre de hojalata se desmembrara definitivamente. Pobre… ¿Qué se podía esperar? Sin embargo, poco a poco, con ayuda de fuera y voluntad desde dentro, el Hombre de hojalata no sólo caminó, sino que recorrió todo el camino siendo una parte esencial de la expedición.



Tercer encuentro. El León Cobarde. El valor. 

Es difícil ser valiente cuando se vive en un bosque oscuro y lleno de amenazas. ¿O no? Seguro que al pobre león le habían azotado las ramas de esos árboles malvados tantas veces que paseaba encogido entre ellos cuando tenía que ir de un sitio a otro. ¿Pero cómo un león va a acobardarse de unas ramas de árboles? Se puede pensar, y no sin razón. Pues depende de cuántas veces le dieran esas ramas al León en el mismo lugar. A lo mejor el primer ramazo sólo fue molesto. El siguiente picó. Uno nuevo hizo que se le metiera algo en los ojos. Otro empezó a escocer. Si los roces y los golpes se repiten una y otra vez, se acaba haciendo herida, y cuando sabemos que algo nos va a doler, nos encogemos. Sin embargo, la actitud del León cambia en el camino abierto, una vez que deja atrás el bosque oscuro y se aleja de los árboles que atacan. Ellos se quedan en el mismo lugar, profiriendo amenazas, pero el León ya está fuera del alcance de sus ramas. Es imprescindible salir del bosque. Al recuperar la confianza durante el camino, el León deja de ser cobarde y lo demuestra cuando vienen mal dadas de verdad.

 
Y con tan buena compañía, por fin, Dorita sigue su camino. El camino de baldosas amarillas parece eterno, y no olvidemos que hay una bruja malvada empeñada en que nuestra protagonista no llegue a su destino. Ese campo de amapolas… porque a veces hace TANTO sueño… y estamos TAN cansados… 


Pero afortunadamente la meta está lo suficientemente cerca como para que quede al alcance de su vista. Clave para despejarse y volver a ponerse en camino hasta llegar a la Ciudad Esmeralda.

Dudo que alguien no haya visto la película, pero por si acaso… no voy a hacer spoiler.

La conclusión es que el Mago de Oz no da nada a nadie que éste no tenga previamente. Solo que a veces, hay que sufrir un terrible tornado que te deje sin nada (o casi). Hay que recorrer un larguísimo camino que te deja exhausta. Sólo así encuentras lo que necesitas, tan diferente de lo que deseabas. Como cuando Dorita pedía su deseo a una estrella en aquel mundo en blanco y negro.

 “Se está en casa mejor que en ningún sitio” recitó Dorita 3 veces mientras chocaba los talones de sus preciosos zapatos. Mientras lo hacía, seguro que era consciente de que había llegado al final del camino porque no había estado sola. Y estaba además muy agradecida por ello. Y también era consciente de que, después de esta aventura, quedan muchos otros arco iris que traspasar.

Hace poco leí que para dejar huella hay que tener los pies en el suelo. Ese es otro de los grandes aprendizajes de este viaje.

Porque en casa se está mejor que en ningún sitio, sí. Pero sabiendo que estás bien acompañada y que eres capaz de superar cualquier prueba que te pongan en el camino, se está aún mejor.


Todo eso es lo que yo encontré más allá del arco iris.

viernes, 17 de abril de 2015

Hoy. Micropoema

Sueños al alcance de la mano. Buenos recuerdos.

Fundidos, superpuestos.

Pasado y futuro bailando entrelazados.
Hoy.