Las nueve y media de la noche. Desde las siete de la mañana. No
estaba mal... Por fin conseguía llegar a casa después de un día desastroso. Me
dolía la espalda de cargar con el portátil, pero sobre todo me hacían polvo los
pies, por culpa de los tacones a los que no estaba acostumbrada y que solo me
ponía para las reuniones importantes. Al menos aún quedaba un rastro de luz. La
primavera tocaba a su fin y yo agradecía que los días empezaran a ser más
largos.
Mientras intentaba dar fin a la última (eso esperaba) llamada de
trabajo del día, rebusqué en mi enorme bolso hasta encontrar las llaves. Y
tanto que rebusqué… allí había de todo: desde una tablet hasta un chupete
pasando un paquete casi terminado de toallitas, una pequeña foca de goma
violeta y los objetos más insospechados para cualquiera que no fuera una madre
trabajadora.
Mi cabeza estaba a punto de reventar. La presentación del plan
estratégico había sido un torpedeo de preguntas malintencionadas y la
videoconferencia posterior no había ido mucho mejor. El resultado, que me
reclamaban urgentemente en las oficinas centrales para debatir los aspectos más
confusos. Eso significaba que tenía el tiempo justo para organizar la maleta y
la logística que siempre implicaban los viajes imprevistos. Tenía que dejar
cubiertos dos frentes y el de la oficina no era el que más me preocupaba. Tres
días en Ámsterdam… ¿qué se supone que iba a hacer con las niñas?
- ¿Mamá? – pregunté, sin levantar demasiado la voz.
A esa hora, la santa de mi madre se habría comido completamente
sola el BCC (baño-cena-cuento). Me sentía terriblemente culpable por no haber
podido llegar antes. Y por lo que tenía que pedirle, además. Desde que me había
divorciado, cuatro meses atrás, mi madre era mi mayor soporte, por no decir el
único. Mi parte racional se justificaba argumentando que a ella le venía bien,
que después de que papá nos hubiera dejado necesitaba sentirse útil, una
ocupación, unas rutinas… ¡Y qué mejor que sus nietas, que la adoraban! Pero
sabía que esa parte no era realmente honesta.
Nadie contestaba, así que subí un poco el volumen - ¡Mamaaaaá!
Silencio. Qué raro… Lo mismo estaba arriba con las pequeñas. Ya
era hora de que estuvieran en la cama. Dejé las llaves en el mueble de la entrada,
me quité los zapatos y me desembaracé de todo lo que cargaba.
Me dirigí hacia la escalera pero, al pasar por delante de la sala
de estar, frené en seco. La televisión estaba encendida. Y ahí estaba, sentada
en el sofá. Más bien tirada en el sofá. Era yo, no cabía la menor duda.
La misma cara, el mismo cuerpo, la misma postura, con una pierna
doblada en vertical y la otra recogida sobre ella formando una L… El mismo
pelo, moreno y rizado, recogido en un moño descuidado, tal y como me lo
retiraba yo de la cara en cuanto llegaba a casa.
Me acerqué más. Mi mente analítica y práctica se quedó congelada
cuando atravesé la puerta y verifiqué que allí estaba yo, repantigada en el
sofá, viendo tranquilamente la televisión. Tenía el mando a distancia en una
mano y un vermut con hielo en la otra. Mi expresión era relajada, casi de
aburrimiento. Dos sensaciones que hacía mucho que no sentía.
El desconcierto dejó paso a la estupefacción. Entonces me vino a
la cabeza el anuncio de Google Adwords que había encontrado la noche anterior,
mientras buscaba información sobre gestión del tiempo.
Aprovecha al máximo tu
tiempo.
¿Te sientes como si necesitaras un clon?
Podemos ayudarte
¿Que si necesitaba un clon? Me había entrado la risa histérica al
leer el anuncio. Me sentía como si necesitara uno… o una docena. Era tarde y
por fin disponía de unos minutos para mí antes de caer rendida en la cama. Hice
click en el anuncio, por pura curiosidad.
La web que apareció en mi pantalla mostraba la foto de una mujer
desaliñada, con profundas ojeras y una expresión desesperada. Estaba de pie en
medio de un auténtico caos. En su brazo izquierdo sostenía a un bebé
enrabietado mientras con su mano derecha intentaba teclear en un portátil para
el que a duras penas tenía sitio en la encimera de su cocina. Mantenía el
equilibrio a duras penas sobre su pierna derecha, a la que se aferraba una niña
pequeña, mientras intentaba empujar un aspirador con su pie izquierdo.
De su boca salía un bocadillo de cómic que decía: “Sí, le llamaré
en cuanto pueda hablar tranquilamente. Tal vez dentro de unos cinco… años.
¡¡Necesito un clon!!”
Ya había visto alguna imagen parecida en memes de internet, pero
por algún motivo, con aquella casi lloré. Era como si alguien me hubiera hecho
una caricatura y la hubiera colgado en aquella web.
Bajo la imagen podía leerse el siguiente texto: “¿Te has sentido
así en algún momento?” (No te lo puedes ni imaginar, pensé). “Completa este rápido cuestionario y todos
tus problemas estarán solucionados. Tu alivio está a tan solo unos clicks de
distancia. Garantizado al 100%.”
¿Qué tenía que perder? Me había desvelado, así que hice el test
para entretenerme antes de ir a la cama:
-
¿Te gustaría dormir más de
seis horas al día? – Ni siquiera recordaba la última vez que había dormido más
de cinco horas seguidas. Seleccioné el tick, por supuesto.
-
¿Te gustaría tener tiempo
para tus hobbies? - Había dejado el gimnasio cuando me enteré de que estaba
embarazada por primera vez. Eso había sido hacía tres años. Realmente echaba de
menos mis clases cuatro veces por semana, sobre todo las de yoga y pilates.
Tick.
-
¿Te gustaría salir a cenar o
tomar algo de vez en cuando? – Estaba tan cansada que no podía ni pensar en
arreglarme y salir por ahí. Con lo que me gustaba a mí bailar. Si no había
quien me metiera en casa… Tick.
-
¿Querrías tener más tiempo
para tu pareja? – Venga, no. Ahora lo último que me faltaba en la vida era
tener alguien más de quien ocuparme. Cruz.
-
¿Te gustaría disponer de
tiempo para estar en casa, sin nada que hacer, aparte de ver la televisión o
leer? – En los últimos años a duras penas conseguía ver más de diez minutos de
algún programa o serie que me interesara. Lo intentaba, de verdad, pero al
final del día estaba exhausta. Cuando terminaba todo lo que tenía que hacer y
por fin las niñas se dormían, tan pronto como me desplomaba en el sofá, mi boca
se abría en un enorme bostezo y mis ojos se cerraban. Últimamente ni siquiera
me esforzaba en seleccionar el canal. Tick.
Preguntas del mismo estilo se fueron sucediendo y yo iba
seleccionando ticks o cruces. La mayoría habían sido respuestas afirmativas, la
verdad. En un momento dado, dejaron de aparecer preguntas. La pantalla se quedó
en blanco y de pronto apareció una caja:
¡Felicidades! Has completado tu test.
Tus resultados: Nivel rojo. Máximo estrés.
Recomendaciones: necesitas un descanso, vacaciones y divertirte un
poco.
Diagnóstico: ¡Necesitas un
clon!
Y por ultimo, dos botones: Acepto – No acepto.
¡Claro que necesitaba descansar y todo lo demás! Menudo programa
de inteligencia artificial hay detrás de esto, pensé con ironía. Acepté. O,
para ser exactos, lo intenté, porque no pasó nada. Entonces caí en la cuenta de
que había un pequeño cuadro debajo, con un texto junto a él: “He leído y acepto
la política de privacidad y los términos y condiciones”. Abrí el link, que
mostraba un texto sin formato, interminable, salpicado de terminología jurídica
que no estaba dispuesta a leer a esas horas. Mi pequeña experiencia me
demostraba que la mayoría de las veces aquellos textos eran un corta-pega de
otras páginas. Algunos desarrolladores web con pocas ganas de trabajar los
cogían de páginas en las que confiaban y los ponían sin cambiar ni una coma.
Simplemente servía para cumplir el expediente y evitar inspecciones sobre
protección de datos.
Repasé mentalmente y me di cuenta de que en ningún momento a lo
largo del proceso me habían solicitado datos personales, así que seleccioné el
cuadro blanco para poder continuar. Total, ¿qué podía pasar? ¿Que publicaran
mis resultados en alguna red social? Si ya sabemos que el tráfico de datos está
a la orden del día. Volví a aceptar.
Esperé, pero no pasó nada. Sólo apareció una página de “Gracias”
frente a mí. ¿Esto es todo? Menuda decepción… Había perdido veinte preciosos
minutos de sueño para que me dijeran que estaba estresada. Eso ya lo sabía,
gracias. Cerré la ventana, terminé de revisar algunos correos sin leer y me
metí en la cama sabiendo que me esperaba un día complicado.
Todo eso había pasado la noche anterior. Ahora, mientras me veía a
mí misma entretenida viendo la tele, pensé que tal vez sí había pasado algo, al
fin y al cabo. ¿Era realmente posible? ¿Un clon? Pero ¿cómo..? Yo no había proporcionado
ningún tipo de información personal.
Me deslicé hacia la cocina y allí encontré a otra réplica de mí
misma. Estaba cocinando. La observé intentando que ella no recayera en mi
presencia. Allí olía maravillosamente bien. Me recordó a aquellos tiempos en
los que me encantaba pasar las horas muertas en la cocina y podía hacer recetas
más elaboradas que purés y papillas.
Continué inspeccionando la casa. Si había un clon que se relajaba
y otro que cocinaba, ¿quién sabe con qué más me podía encontrar? Subí las
escaleras. Se respiraba tranquilidad… Me asomé por una rendija abierta en la
puerta de la habitación de las niñas. Sí, allí estaba yo también, leyéndole un
cuento a mi hija mayor mientras mecía suavemente la cuna de la pequeña, que
dormía plácidamente.
Me dirigí de puntillas a mi habitación. No quería alterar aquella
paz tan poco frecuente en mi casa ni por todo el oro del mundo.
Saqué mi portátil y abrí el navegador. Busqué en el historial las
páginas visitadas más recientes; allí estaba: www.clonate.com.
Abrí la dirección desde un navegador diferente y repetí todo el
proceso. Volví a completar el cuestionario, intentando dar las mismas
respuestas de la noche anterior. Al final del mismo, pulsé en la política de
privacidad y me dispuse a leer en detalle los términos y condiciones que había
aceptado.
“… por este contrato, la Compañía proveerá al Cliente de un clon
por resultados afirmativos obtenidos dentro de las categorías “ocio”,
“familia”, “gestión del hogar” y “trabajo” (…) Cláusula de información
personal. IMPORTANTE LEER. Aceptando los presentes términos y condiciones, el
Cliente da permiso explícito a la Compañía para extraer toda la información de
carácter personal almacenada en su ordenador o cualquier otro dispositivo
vinculado, incluyendo teléfonos móviles, tabletas, televisiones inteligentes o
de cualquier otro tipo. Dicha información será utilizada únicamente con el fin
de crear los clones necesarios y ponerlos a disposición del Cliente en su
domicilio o lugar de trabajo. A modo enunciativo y no limitativo, se considera
información de carácter personal: nombre completo, dirección postal, usuarios y
claves de acceso de cualquier red social y/o aplicación a la que el dispositivo
tenga acceso en el momento de la aceptación del presente contrato, información
sobre cuentas bancarias, fotografías almacenadas en los dispositivos y/o
compartidas en redes sociales, relaciones de amistad y familiares reconocidas
por el Cliente en redes sociales…”
La lista continuaba. De pronto estaba mareada. ¡Había aceptado
todo aquello sin leerlo! Seguí leyendo.
“El cliente acepta que la Compañía elabore un prototipo de clon a
partir de la renderización de sus fotos personales. Dicho prototipo será
procesado por la tecnología 4D-cloning © patentada por la Compañía. Ésta se
compromete a que el proceso de impresión
en 4D y puesta a disposición de los clones no supere las 24 horas desde la
aceptación del servicio por parte del Cliente.”
Mantuve el aliento mientras visualizaba mentalmente mis perfiles
de redes sociales plagados de selfies, fotos de mis hijas e instantáneas de los
lugares en los que me encontraba. Y eso que después del divorcio había hecho
una buena limpia. Pero aparte de la faceta afectiva, en la que últimamente era
mucho más discreta, con un poco de interés podía encontrarse de todo: mis series
favoritas, libros leídos (cuando leía, ay, tiempos aquellos…)
Las preguntas se agolpaban en mi cabeza. ¿Cómo habían llegado los
clones al domicilio? La aplicación de navegación del coche, claro. En su
momento me había parecido tremendamente útil grabar la dirección de “Casa” en
los favoritos predeterminados de la app de tráfico que tantos atascos me ahorraba.
Mi horror iba en aumento a medida que continuaba leyendo el texto
legal.
“CONDICIONES ECONÓMICAS DEL SERVICIO”
¿Cómo? ¿Había que pagar algo? ¿Eso no se supone que tiene que
avisarse con claridad? Un sudor frío empezó a bajar por mi espalda.
“Los clones fabricados por la Compañía son actualmente versiones
beta (terminadas pero en período de prueba).
En contraprestación por los servicios prestados en esta fase de
pruebas del producto, el Cliente se compromete a reportar cualquier anomalía a
La Compañía, renunciando expresamente a cualquier tipo de compensación
económica derivada del mal funcionamiento de los clones.”
…
El texto seguía y seguía, pero las letras se emborronaban delante
de mis ojos. Me daba vueltas la cabeza y solo podía pensar en que había
aceptado aquellas condiciones leoninas sin tan siquiera echarles un vistazo por
encima. ¿Qué podía hacer?
Intenté no entrar en pánico y me obligué a parar para poder pensar
con claridad. Cientos de preguntas se agolpaban en mi mente. Mis clones…
¿Comerían? ¿Dormirían? ¿Se relacionarían entre ellas? ¿Y conmigo? ¿Habrían
visto las niñas a todas las clones, o solo a la que se ocupaba de ellas? La
bebé no me preocupaba mucho, pero Elisa ya se enteraba de todo. ¿Y mi madre? Se
había marchado antes de que yo llegase. ¿Habría confundido a un clon con su
propia hija? Me costaba creerlo. Una madre es una madre, al fin y al cabo. Le envié
un mensaje un tanto aséptico, para tantear. “¿Llegaste bien? ¿Te han dado mucha
guerra?”
Recibí respuesta de forma casi inmediata. Desde que se había
instalado WhatsApp mi madre no se separaba del teléfono. Empezó a bombardearme
con mensajes llenos de emoticonos. Como si yo no pudiera imaginarme su cara.
¡Si escribía exactamente igual que hablaba!
“Ya te he dicho cuando has llegado que se han portado fenomenal”
“Son unos tesoros” (dos
caritas con corazones en los ojos)
“Hija, ¡qué bien que hayas podido llegar tan pronto!” (fiesta + flamenca)
“Me ha dado tiempo hasta a ir a caminar antes de prepararme la
cena” (mujer mayor + mujer andando +
bíceps)
“Y no lo digo por mí, sino por las niñas” (carita de contrariedad)
“Tienen que verte más. Eso del tiempo de calidad es una (caca) que os habéis inventado las madres
de ahora para no sentiros culpables”
Sabía perfectamente cómo seguía la perorata, así que dejé el
teléfono junto al portátil mientras seguía recibiendo un mensaje detrás de
otro. Mi madre se había cruzado con alguien que no era yo y no había notado
nada raro.
Cerré los ojos para poder concentrarme. Necesitaba encontrar una
solución y deshacerme de los clones, costara lo que costase.
Empecé a tomar conciencia de la situación real. El silencio que
inundaba la casa me ayudó. Silencio… Un silencio que más que escucharse, se
podía tocar. Y además… todas mis obligaciones estaban bajo control. Una
perspectiva maravillosa se presentó ante mí: una noche entera por delante, sin
interrupciones nocturnas para biberones ni urgencias de cualquier otro tipo.
Cerré despacio la tapa del portátil mientras valoraba mis
opciones. Me lavé los dientes y me metí en la cama con cuidado de no hacer
ruido. Seguía saboreando aquella ansiada ausencia de ruido mientras mi cabeza
reposaba en la almohada. Me tapé con la manta y cerré los ojos con una idea
fijada en mi cabeza.
Tenía que encontrar una solución. Necesitaba encontrarla.
La idea se fue desvaneciendo a medida que me invadía el sueño.
Sí, lo haría. Seguro que la encontraría. Me pondría con ello. Pero
ahora… necesitaba dormir. Lo solucionaría. Ya mañana, o a la vuelta del viaje.
O… Bueno, tal vez no fuera urgente del todo.