jueves, 20 de julio de 2023

Nueve cifras

Mi padre ha cumplido hoy 75 años. Al pie del cañón, y lo que le queda. Escribí este relato para un concurso (no se me dan los concursos de escritura, qué se le va a hacer) y hoy se lo he regalado. Parece que le ha emocionado un poquito.


Cerró la puerta de la consulta con una sonrisa. Acababa de recibir un mensaje con un número de nueve cifras y la noticia que llevaba tanto tiempo anhelando.

Antes de salir, había recorrido con la vista empañada y el corazón encogido las paredes y estanterías del despacho. Diplomas, fotografías, sus enormes tomos de fisiología, su vademécum… Tantos años, tantos recuerdos, tantas historias.

Un destello nítido torció su expresión. Aquella vez que no pudo hacer nada. Ese interminable cuarto de hora de RCP, desde el desvanecimiento hasta la llegada del SAMUR. La impotencia. Esa que había sentido otras veces en su quirófano, cuando no había conseguido ganar el pulso a la implacable parca. Pero si era justo consigo mismo, eran muchas más las ocasiones en que había marcado una línea infranqueable, emulando al gran mago blanco de El Señor de los Anillos frente al balrog en el puente de Khazad-dûm: «Regresa a la sombra. NO-PUEDES-PASAR».

Siempre se tomó medio en broma medio en serio cuando su hija profetizaba: «Morirás con la bata puesta». Ahora ya no hacía falta.

Volvió a leer el mensaje para cerciorarse de que no era solo un sueño. Pero allí estaba. No había mejores manos en las que dejar a sus pacientes.

«¡Abuelo! Aquí está por fin: mi número del Colegio de Médicos. Esta misma tarde te tomo el relevo».



sábado, 31 de diciembre de 2022

525.600 minutos en 2022

Subir una montaña. 

Llegar al destino. 

Respirar. 

Recrearse en todo lo que se puede observar desde tan alto...

y desplegar las alas.


Esa podría ser una buena imagen de lo que siento al cerrar 2022. Un año que tanto me ha dado, personal y profesionalmente. 

Sueños cumplidos, nuevos proyectos. Descubrimientos, encuentros y reencuentros llenos de emoción. 

Energía, seguridad, aprendizaje. Salud. Mucho Amor. 

    (Todo lo que quiero conservar y hacer crecer).

Desde ese punto en la montaña también se aprecian mejor los nubarrones de tormenta y las rachas de aire gélido que se clava debajo de la piel. Miedo por las amenazas que no puedes controlar, ya sea cerca y lejos. 

    (Lo que deseo que desaparezca. Con todas mis fuerzas).

Apuramos los últimos momentos de 525.600 minutos. Como dice la canción, ¿cómo medir un año en la vida?





sábado, 12 de noviembre de 2022

11 después

Hace 11 años, el 11-11-11, también era viernes.

Pedí el día, me fui a enterrar los pies descalzos en la manta multicolor de hojas de otoño en mi lugar favorito y me conecté con los cuatro elementos. 11 días después llegó el tsunami. Escribí «El fin del mundo» reclamando un numerólogo en la sala. Vuelvo a hacerlo. Entonces no lo sabía, pero mi metamorfosis estaba empezando.


Ayer, 11-11-22, empecé celebrando mi cumpleaños entre tizas y globos, y terminé soplando las velas acompañada por las personas más importantes de mi vida, con el proceso de transformación terminado.

 
Muchos «quién me iba a decir» en el camino: volver a enamorarme, ser maestra como mi madre, haber tenido que cambiar la danza por el pole, haber publicado una novela, hacerme un tatuaje, verbalizar que tengo altas capacidades, estar más fuerte, más rubia... Y sentir que todos esos cambios me han hecho (re)encontrarme, volver a sentirme «rotundamente yo».

https://youtu.be/3k-2RIaT6rA


11 años que se resumen en una canción que no me llenó en su momento y hoy lo cuenta todo: Requiem, de Vega.

Estoy agradecida a todas las personas que dedicaron un ratito para felicitarme, pero, sobre todo, a quienes me han acompañado a lo largo del camino de baldosas amarillas y están presentes hoy y aquí, «más allá del arco iris». Encontré mi lugar y soy «alguien en paz».

jueves, 23 de diciembre de 2021

Navidad de 2050

 


El momento más bonito del año. Eso dice mi madre, con la mirada perdida y un álbum de fotos (fotos impresas, qué cosas) en el regazo. Todos los años lo mismo. Al mirarlas siento una mezcla de fascinación y rechazo. Una casa llena de gente, mesas larguísimas con hileras de platos. Risas. Abrazos. Juega con sus primos, sus abuelos la cogen en brazos. Días festivos de alegría y multitudes.

Yo nunca he conocido una Navidad así. 

Hace treinta años de la primera pandemia. Diez desde que el virus mutó, las vacunas dejaron de ser efectivas y el gobierno tomó la drástica decisión del aislamiento total. Se obligó a la gente a vivir individualmente en apartamentos estatales. Yo tenía tres años en 2040 y mi madre pudo llevarme consigo. Fue un año muy duro, por lo que cuenta mamá. Estaba prohibido salir a la calle. Los suministros básicos eran aportados por agentes de salud pública, que también eran los encargados de hacer cumplir las restricciones de movilidad. Las penas por infringir las leyes iban desde la captación para la experimentación científica hasta la pena de muerte.

Un año después, la tasa de mortalidad se redujo y se suavizaron algunas medidas. Por ejemplo, las familias (padres con hijos, nada más) pudieron reagruparse. También se pudo salir de casa para ir a trabajar o al colegio. Debido a la crisis económica se eliminaron los festivos. Como tampoco se podía viajar ni tener ningún tipo de actividad de ocio fuera de casa, la gente simplemente terminó asumiéndolo. Desde que recuerdo, las calles están patrulladas por agentes y vigiladas con cámaras térmicas y drones. El contacto físico está terminantemente prohibido.

Miro ese álbum y pienso que hoy, 24 de diciembre de 2050, no nos podemos reunir con nuestros abuelos, tíos, primos o amigos. Es algo que me duele más que nunca, porque hoy ha llegado una notificación del servicio de salud. Mi abuelo está muy enfermo, y yo no podré verlo. 

No debo, no puedo. Al menos… legalmente.

He pensado mucho en esto y todavía no sé qué hacer. No tendría que desviarme tanto del camino que hago para ir al colegio. Si me intercepta algún agente por la calle no me dirán nada. El problema sería que me sorprendieran entrando en su edificio. Ahí sí estaría incumpliendo la ley y sé que me juego la vida. 

Lo cierto es que nunca se me había ocurrido ir. Por miedo, por falta de necesidad… o simplemente porque siempre he dado por hecho que las cosas son así. Pero ¿y si fuera mi última oportunidad de acercarme a ellos? ¿Merecería la pena si me pillasen? La certeza abre paso. El simple hecho de verlos por primera vez, cara a cara, sin un ordenador por medio. Claro que valdría la pena.
                                                   

                                                 *** 12 HORAS MÁS TARDE ***


Ya es 25 de diciembre. En el camino al colegio he pensado mucho sobre lo que me contó mi madre acerca de la primera Navidad con COVID en 2020. El primer confinamiento, la primera separación de sus seres queridos. Sinceramente, no creo que fuera peor que lo que estamos viviendo ahora. Estoy decidida.

Al terminar las clases, me he despedido de mis amigas con nuestra señal (ahora gran parte de la comunicación es signada) y me he encaminado hacia la casa de mis abuelos. El corazón me latía tan fuerte que tenía la sensación de que se oía desde fuera. Me he cruzado con una agente, que simplemente se ha hecho a un lado para dejarme pasar. Por suerte no me ha parado para hacerme las preguntas habituales de control: de dónde vienes, a dónde vas, etc. No sé si los nervios me hubieran delatado.

Por fin en el portal. He subido por las escaleras unos seis pisos y he llamado a la puerta. Cuando mi abuela me ha visto se ha llevado las manos a la boca. “¿Qué haces aquí? ¿Sabes lo que podría pasar si te pillan?”. Me ha hecho entrar rápidamente, abrazándome, tocándome la cara y volviéndome a abrazar. No quería soltarme. Olía a caramelos de violeta y jabón de manos. La sensación ha hecho que casi me estallara el pecho de emoción. 

Mi abuelo estaba descansando en el sofá del salón. Cuando me ha visto ha abierto los ojos como platos. He ido corriendo a abrazarle y él, conmovido, me ha devuelto el abrazo con lágrimas en los ojos. Después de dos horas con ellos, me he despedido con otro abrazo, aunque esta vez mis emociones eran diferentes: ya no tenía miedo; lo único que sentía era tristeza y cierto rencor hacia el gobierno, que me había prohibido conocer a mis abuelos en persona y me había negado ese contacto de piel toda mi vida. 

En el camino de vuelta a casa me ha interceptado un grupo de agentes, pero estaba más relajada y he salvado el interrogatorio. He dicho que volvía tarde del colegio porque me había quedado haciendo un proyecto. Han intercambiado una mirada significativa y me han dejado continuar. 

Al llegar a casa le he contado todo a mi madre. Estaba muy preocupada, pero en su mirada había melancolía y ternura. Me ha pedido que no vuelva a arriesgarme así y hemos preparado la cena de Navidad. 

En la televisión, de fondo, está compareciendo el presidente:

“… desde la primera cuarentena en 2020 nuestras vidas no han sido normales. Hemos hecho sacrificios, pero la situación sanitaria mundial arroja signos de esperanza. Hoy, por Navidad, las fuerzas de seguridad no han impuesto ninguna sanción. Desde el gobierno seguimos pidiendo precaución y responsabilidad, pero levantamos el confinamiento durante 24 horas y les deseamos Feliz Navidad junto a sus seres queridos”.

¡¿He oído bien?! Los agentes me han dejado pasar, ¡me han perdonado la vida!

Mamá y yo salimos corriendo a casa de nuestros abuelos y ¡allí están mis tíos también! 

No hay comida especial, ni regalos, ni trajes elegantes. No creo que tenga una Navidad más feliz en mi vida.


#cuentosdeNavidad
(Basado en una idea original de Sonia Sánchez Álvarez).

miércoles, 14 de abril de 2021

Más allá del arco iris (RJ2)

 

La luz tras la tormenta; eso es tu risa

Tras todas las baldosas amarillas

se hicieron magia las cosas sencillas

Trajiste la felicidad precisa


Hoy pido al tiempo que no tenga prisa

Viajar al País de las Maravillas

Quedarme siempre haciéndote cosquillas

Guardar la luz que tu mirada irisa


Quisiera atesorar cada momento

cada palabra, cada nueva idea

Donde la vida es un descubrimiento


No puedo prometer la panacea

Una vida fácil, sin sufrimiento

Mas sí un amor contra viento y marea



miércoles, 6 de mayo de 2020

¿Quién me ha robado el mes de abril?

(Versión "confinamiento" del clásico de Joaquín Sabina)


La vecina del tercero
hace meses que se jubiló
hoy ejerce de abnegada policía de balcón.
Los minutos se hacen horas 
cuando espera después de aplaudir 
la videollamada de 
sus nietos que no ve hace más de un mes

Y piensa... ¿quién me ha robado el mes de abril?
¿Cómo pudo sucederme a mí?
¿Quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón.

La pareja del octavo 
se acababa de independizar.
Cuatro cajas, una mesa, internet que aún no va.
Se han parado los relojes,
siempre hay una fiesta en su colchón.
No importa qué día es
¿es verdad que se ha pasado un mes?

Suspiran.... ¿quién me ha robado el mes de abril?
¿Cómo pudo sucederme a mí?
Dime, ¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón.

En las calles de mi barrio 
el césped planta cara al adoquín.
La primavera desatada chapotea feliz.
Mientras tanto el parque espera  
el ruido llegue ya.
El columpio sordo está
mira alrededor sin entender 

y silba... ¿quién me ha robado el mes de abril?
¿Cómo pudo sucederme a mí?
Dime, ¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón.




Si os apetece escucharla, aquí está.
Pedro Ortín a la guitarra y servidora poniendo la voz a la letra :)