Hace poco cumplí el deseo de conocer una
capital europea maravillosa: Roma.
Una ciudad que rezuma historia, arte… Cada
rincón esconde un tesoro, detrás de una sencilla de madera y una discreta
fachada que pasarían desapercibidas para un viandante con prisa pueden
esconderse obras de arte de valor incalculable.
Ante tal despliegue cultural pueden darse
distintos tipos de reacciones. En casos de extrema sensibilidad al arte puede
sufrirse el síndrome de Stendahl,
que supone quedarse embriagado ante tanta y tan abrumadora belleza. También
puede pasar lo contrario. Es fácil perderse, o incluso hastiarse, si uno se da
un atracón sin descanso (es lo que tienen las escapadas fugaces de fin de
semana), y perder la perspectiva del valor de lo que uno tiene delante.
O puede no pasar ni una cosa ni la otra
si el foco no está donde debe.
Me llamó muchísimo mi atención que el
objeto más frecuente ofrecido por los vendedores ambulantes era el palo para
selfies. Pero pronto me di cuenta de que se trataba simplemente de la ley de la
oferta y la demanda. Entonces me percaté de algo más. La gente se ponía de espaldas a los monumentos. Apenas
paraban unos segundos a verlos, lo urgente era el selfie y subirlo a las redes
sociales en el mismo momento. Y al siguiente. Me imagino que con la intención de conseguir muchos “me gusta”. Eso
es lo importante hoy, ¿no? Mostrar, contar en tiempo real… Pero hay momentos en los que lo que hay que hacer es
observar y sentir.
Llevo rumiando este post desde el viaje y
por fin lo escribo a raíz de esta desoladora noticia:
Un bebé delfín, nos aclara la entradilla.
Y yo me pregunto… ¿Cuántos “me gusta”
conseguirían aquellos que consiguieron el codiciado selfie? ¿Serán suficientes
para acallar sus conciencias? O lo mismo están ya compartiendo el enlace de la
noticia para mostrarle a sus amigos que estaban allí, que salen en la foto.
Esta no es la sociedad del selfie. Es una sociedad selfish. Narcisita y exhibicionista. Muy pocos se mantienen (nos mantenemos, el que esté fuera de pecado que tire la primera piedra) al margen. Pienso en aquel capítulo de Black Mirror, esa serie que nos lleva al extremo de lo que la naturaleza del ser humano es capaz de llegar a hacer en un mundo invadido de tecnología. En "Toda tu historia completa" una chica es interrogada con curiosidad por sus conocidos porque ha decidido vivir sin “grano”
(que sería el equivalente en nuestra vida real actual a vivir sin redes sociales). Los demás, simplemente, no lo conciben.
Lo de Roma me dejó pensativa, pero esta
noticia... Genera una enorme indignación en un primer momento y una tristeza
inmensa después. Por el bebé de delfín, por supuesto, pero sobre todo por una
sociedad en la que contar la vida cosas en redes sociales está por encima de muchas cosas, incluido el respeto a la Vida. Este delfín era Belleza. Con B mayúscula, como dice Catherine L'Ecuyer. Mucho más que cualquier monumento romano. Y no debía compartirse, ni asesinarse, a cambio de unos cuantos likes.