Hace tres años escribí el primer post de
este blog. De estreno hablaba de aquel lugar donde los sueños se hacían realidad. Trataba sobre ilusión,
sobre nuevos proyectos, acerca de darle la vuelta a tu vida como un calcetín. Y lo hacía de una forma (vista ahora, desde el final del viaje) ingenua.
Igual que Dorita en la maravillosa película de 1939 dirigida por Víctor Fleming
a la que hacía referencia en aquella entrada.
Igual que ella, tal vez buscaba un Mago
de Oz más leyenda que real que me llevara de vuelta a casa. E igual que ella, en
lugar de conseguirlo, encontré lo que necesitaba, por mí misma, a lo largo del
camino de baldosas amarillas. Porque en la Ciudad Esmeralda, aparte de mucha
fantasía y efectos especiales, había poca sustancia.
He leído que el libro de Lyman Frank Baum
“The Wonderful Wizard of Oz” es en realidad una alegoría de lucha política y
económica en EE.UU.
A lo largo de estos tres años no he podido encontrar más
similitudes con la historia de alguien que busca empezar de nuevo después de
que un tornado arrasara su vida y la dejase noqueada (suerte que recuperó el
sentido) y consecuentemente aturdida y dolorida.
Al llegar a Oz, Dorita descubre un mundo nuevo
y diferente, en color. A pesar de estar aterrada, de repente, se ha convertido en una heroína por haber matado a
una bruja que hacía mal a mucha gente (plantar cara a una mala situación a
veces no es una opción, es una necesidad). Y comienza un increíble viaje armada
únicamente con unos preciosos “chapines de rubíes”. En este caso, es la Bruja
Buena del Norte, Glinda, quien se los da. Creo que unas buenas suelas para empezar
el camino te las dan la formación que lleves a la espalda y el apoyo de quien
cree en ti.
Primer
encuentro: el Espantapájaros. El cerebro.
Dorita está sola. Sí, el pequeño Totó la
acompaña y le da el cariño que necesita, pero no le puede ayudar a tomar
decisiones y es ella quien debe cuidarle a él además de cuidarse a sí misma. No
creo que fuese casualidad que fuese la inteligencia la primera en cruzarse en
el camino para ayudar a Dorita. Pertenecía al grupo de personas intuitivas, viscerales y
románticas que creen que la voluntad y el amor lo pueden todo… hasta que tuve que
rendirme a la evidencia de que no es así. En ese momento lo más sensato es
escuchar a esa vocecita que sale de tu cabeza y dice… “ya me encargo yo, que
para eso estoy.”
Segundo
encuentro: el Hombre de hojalata. El corazón.
Rígido, duro e inmóvil por culpa de la
tormenta, el abandono y la falta de cuidado. Quieto y en silencio, como un
objeto, incapaz de sentir. Sin esperanza alguna de que alguien llegara para
ayudarlo a moverse otra vez. Pero alguien llega. Y cuando sucede… El pobre Hombre
de hojalata apenas es capaz de articular los labios para pedir lo que necesita
para quitar el óxido que lo mantiene duro e inflexible. «Aceitera», dice… Pero es
posible que lo que escucharan fuera cariño y paciencia. Esa escena de los
primeros pasos torpes y abocados a la caída pueden parecer graciosos en la
película. Yo tenía muchísimo miedo de que en esa caída el daño fuera fatal y el
Hombre de hojalata se desmembrara definitivamente. Pobre… ¿Qué se podía
esperar? Sin embargo, poco a poco, con ayuda de fuera y voluntad desde dentro,
el Hombre de hojalata no sólo caminó, sino que recorrió todo el camino siendo
una parte esencial de la expedición.
Tercer
encuentro. El León Cobarde. El valor.
Y con tan buena compañía, por fin, Dorita
sigue su camino. El camino de baldosas amarillas parece eterno, y no olvidemos
que hay una bruja malvada empeñada en que nuestra protagonista no llegue a su
destino. Ese campo de amapolas… porque a veces hace TANTO sueño… y estamos TAN
cansados…
Pero afortunadamente la meta está lo suficientemente cerca como para
que quede al alcance de su vista. Clave para despejarse y volver a ponerse en
camino hasta llegar a la Ciudad Esmeralda.
Dudo que alguien no haya visto la
película, pero por si acaso… no voy a hacer spoiler.
La conclusión es que el Mago de Oz no da
nada a nadie que éste no tenga previamente. Solo que a veces, hay que sufrir un
terrible tornado que te deje sin nada (o casi). Hay que recorrer un larguísimo
camino que te deja exhausta. Sólo así encuentras lo que necesitas, tan
diferente de lo que deseabas. Como cuando Dorita pedía su deseo a una estrella
en aquel mundo en blanco y negro.
“Se está en casa mejor que en ningún sitio”
recitó Dorita 3 veces mientras chocaba los talones de sus preciosos zapatos.
Mientras lo hacía, seguro que era consciente de que había llegado al final del
camino porque no había estado sola. Y estaba además muy agradecida por ello. Y también era consciente de que, después de esta aventura, quedan muchos otros
arco iris que traspasar.
Hace poco leí que para dejar huella hay
que tener los pies en el suelo. Ese es otro de los grandes aprendizajes de este
viaje.
Porque en casa se está mejor que en
ningún sitio, sí. Pero sabiendo que estás bien acompañada y que eres capaz de
superar cualquier prueba que te pongan en el camino, se está aún mejor.
Todo eso es lo que yo encontré más allá
del arco iris.